La marcha de los pingüinos
Anoche soñé con pinguinos. Hacía tiempo, mucho tiempo, que no me pasaba esto de soñar con una película de lo tanto que me había gustado.
Arrastrada por la onda publicitaria que ha elevado hasta la categoría de fenómeno a este documental de la National Geographic, ayer vi esta joyita.
De hecho ahora estoy escribiendo mientras escucho fragmentos de la banda sonora que acompaña la historia de estos seres. Y no puedo dejar de sentir alguna reminiscencia al trabajo de Luc Besson en "Azul Profundo". Creo que es quien mejor ha logrado sonorizar la sensación de azul, de inmensidad, de comunión con el agua, con la naturaleza.
Y comentar lo acertado de la elección de la voz de Morgan Freeman, quien le imprime al relato un sello tan dramático y conmovedor como las imágenes de estos pajarracos caminando con el mismo paso de un hombre alto y voluminoso, que va seguido muy de cerca por su retoño.
Quizá lo que más me impactó fue lo humano de sus actitudes, quizás mucho más humanas que nosotros mismos, los supuestos humanos. Alguien dirá que es el instinto lo que los guía a través de esa larga travesía que emprenden para reproducirse, pero ese mismo alguien dudará de sus dichos sólo al ver cómo se corteja y enamora esta especie.
Sólo un francés podría reparar y captar la sofisticada belleza que acompaña este ritual, sus poses delicadas, sus caricias sutiles, la ternura de sus movimientos, la pureza de los colores y de los gestos.
Y, cómo olvidarlo, el notable intercambio entre los tradicionales roles paterno y materno entre la hembra y el macho. Es el macho quien empolla el huevo, defendiéndolo del crudísimo invierno polar, hasta el momento en que el bebe pingüino quiebra el cascarón debajo de su panza-refugio, mientras la madre se encuentra muy lejos buscando alimento. Lo primero que ve el recién salido es la cara de su padre...
Cómo olvidar el dolor de una madre-pingüino que pierde a su polluelo, cómo se transtorna al punto de llegar a intentar robarle el hijo a otra madre...
En un mundo donde tiene connotaciones tan negativas para un ser humano el dejarse llevar por los instintos, porque nos rebajaría a la categoría de animales, yo me pregunto si no habría algo que aprender de los instintos animales que guían a la unión motivada por el amor y cuidado a la nueva vida por nacer, y a la protección de aquellos pequeños indefensos que están recién abriendo sus ojos al milagro de existir.
Arrastrada por la onda publicitaria que ha elevado hasta la categoría de fenómeno a este documental de la National Geographic, ayer vi esta joyita.
De hecho ahora estoy escribiendo mientras escucho fragmentos de la banda sonora que acompaña la historia de estos seres. Y no puedo dejar de sentir alguna reminiscencia al trabajo de Luc Besson en "Azul Profundo". Creo que es quien mejor ha logrado sonorizar la sensación de azul, de inmensidad, de comunión con el agua, con la naturaleza.
Y comentar lo acertado de la elección de la voz de Morgan Freeman, quien le imprime al relato un sello tan dramático y conmovedor como las imágenes de estos pajarracos caminando con el mismo paso de un hombre alto y voluminoso, que va seguido muy de cerca por su retoño.
Quizá lo que más me impactó fue lo humano de sus actitudes, quizás mucho más humanas que nosotros mismos, los supuestos humanos. Alguien dirá que es el instinto lo que los guía a través de esa larga travesía que emprenden para reproducirse, pero ese mismo alguien dudará de sus dichos sólo al ver cómo se corteja y enamora esta especie.
Sólo un francés podría reparar y captar la sofisticada belleza que acompaña este ritual, sus poses delicadas, sus caricias sutiles, la ternura de sus movimientos, la pureza de los colores y de los gestos.
Y, cómo olvidarlo, el notable intercambio entre los tradicionales roles paterno y materno entre la hembra y el macho. Es el macho quien empolla el huevo, defendiéndolo del crudísimo invierno polar, hasta el momento en que el bebe pingüino quiebra el cascarón debajo de su panza-refugio, mientras la madre se encuentra muy lejos buscando alimento. Lo primero que ve el recién salido es la cara de su padre...
Cómo olvidar el dolor de una madre-pingüino que pierde a su polluelo, cómo se transtorna al punto de llegar a intentar robarle el hijo a otra madre...
En un mundo donde tiene connotaciones tan negativas para un ser humano el dejarse llevar por los instintos, porque nos rebajaría a la categoría de animales, yo me pregunto si no habría algo que aprender de los instintos animales que guían a la unión motivada por el amor y cuidado a la nueva vida por nacer, y a la protección de aquellos pequeños indefensos que están recién abriendo sus ojos al milagro de existir.